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Aferrados de la vida misma elegimos concebir el cine así: “La vida sin el cine es posible, el cine sin la vida es imposible: juntos son inevitables”. Un creador cinematográfico termina por contar su propia historia.

¿Cómo es el lugar que habitamos? El lugar que habitamos como territorio y como cuerpo humano. ¿Qué sentimos? ¿Qué pensamos? ¿Cómo nos relacionamos con la realidad? ¿Cómo relacionamos el cine con lo que vivimos? Las angustias, las alegrías y las imágenes que ven nuestros ojos. La cámara de un creador son sus propios ojos. 

Esa es la búsqueda que proponemos: el derecho de encontrar nuestra propia forma de contar historias, instantes, situaciones o sensaciones, nuestra propia forma de concebir el mundo, nuestra propia forma de crear la vida, respondiendo a los anhelos más grandes que sienta nuestra alma, respetando los ritmos del cuerpo y cultivando los ideales del pensamiento.

El cine se nutre de la vida, del día a día, no hay que buscar más allá de aquello que nos sucede cuando abrimos los ojos.

Un creador, independientemente de los lenguajes que use para expresarse o de las herramientas que use para crear, forma su carácter a través de cada segundo que pasa por su existencia, de la relación que existe entre su cuerpo frente a sí mismo, el otro y el territorio donde habita.

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